José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Éste no es un artículo de periodista: necesitaría más datos y una mejor documentación. Éste no es un artículo de un votante: por definición, los votantes no escriben artículos. Los votantes, si se limitan a ello, no escriben nada. En todo caso, una x en una papeleta. A veces. En realidad, no creo que sea fácil definir en calidad de qué escribo. Tal vez como ciudadano, si le quitáramos al término sus excesivas connotaciones individualistas y liberales. O puede que solo sea un televidente, un espectador, un receptor mediático del montón, una mísera porción de audiencia. El caso es que para mí, a diferencia de algunos infames mercenarios de las tertulias, Ada Colau es una de las imágenes más eficazmente bellas y gratificantes que he visto, escuchado, leído y admirado en los medios de comunicación durante este bienio neocón infame y largo. Son cosas de la inteligencia, la verdad y la pasión. Y sí, señor mamporrero, del cuerpo. Para parar un desahucio, hay que ser muy hábil corporalmente.
Ada Colau es una de las imágenes más eficazmente bellas y gratificantes que he visto, escuchado, leído y admirado en los medios de comunicación durante este bienio neocón infame y largo
A mí me gusta ver a Ada Colau. Me parece una visión espléndida y extraordinariamente hermosa. Una visión que escenifica la diferencia entre hacer política y meterse en política. Entre salir en los medios porque, al hacer política, dinamitas su agenda, y aprovechar para meterse en política porque, ya que uno está en los medios y ha sido aceptado por los índices de audiencia, es una pena no rentabilizarlo. Me gusta ver a Ada Colau porque me muestra la distancia entre las acciones que propician deslizamientos de sentido, operaciones discursivas que pueden convertirse en una subversión irreversible y redundar en el reconocimiento político de los oprimidos, contribuyendo a crear una contra-hegemonía popular, y las operaciones de marketing que en absoluto tocan las estructuras del poder, sino que levantan efigies sin historia.
Lo he dicho en las redes sociales, nada más leer su carta de renuncia como coordinadora estatal de la PAH: “Es una pena. Porque de poquitas cosas estoy seguro, pero de una sí: si esta señora fuera en una candidatura electoral, tendría mi voto.” Pero es aquí donde asoma la paradoja con su faz bella, como todos los retos, y cruel, como todos los desasosiegos. Me pasa como a mucha gente: sospecho que las virtudes y cualidades que me llevarían a votar a Ada Colau, si fuera candidata, son las mismas que le impiden presentarse como tal. Es una paradoja de la que ella misma, creo yo, se ha sentido presa y víctima. Por eso necesita una relativa lejanía y un tiempo para pensar.
… sospecho que las virtudes y cualidades que me llevarían a votar a Ada Colau, si fuera candidata, son las mismas que le impiden presentarse como tal.
En política (la de verdad, la de la acción, es decir, al margen del negocio y la exclusiva promoción personal) son necesarios los militantes, los candidatos, los activistas y todos aquellos –somos legión- que carecemos de cualquier proclividad a la disciplina grupal porque ponemos la crítica, la reflexión y la búsqueda de la verdad por encima de cualquier estrategia comunicativa y, por eso mismo, nos sentimos muy incómodos en el corsé de una organización o de un partido. Esta cuádruple necesidad es la que nos hace a todos, precisamente, contingentes, particularmente prescindibles. Nada somos por separado. El activista se convierte, si va por su cuenta, en un gamberro intrascendente; el militante, en miembro de una secta destructiva; el candidato, en un trepa corrupto; y el que tiene ínfulas de intelectual crítico, en un misántropo hosco, solitario y amargao.
El emprendedor aguerrido que ahora proclama el sistema como nuevo héroe del capitalismo puede crear tendencia. Pero una hegemonía es algo mucho más complejo que necesita de alianzas, reconocimientos y de lo que necesita toda buena operación poética: el tiempo. Para eso nos hace falta Ada. Nos hace falta soñar que nos representaría cuando, sin embargo, ya nos representa. Como nos dejó dicho Ernesto Laclau, no hay subversión posible sin el fracaso de la identidad. Y ésta, en ti, Ada Colau, toma el semblante de una bella paradoja: lo que querríamos que fueras sin dejar de ser lo que eres. Mucha tensión para que la soporte en soledad la compleja debilidad de un ser humano. Intentaremos, no ya resolverla, porque los imposibles no se resuelven, sino ver qué inventamos a partir de ella para seguir conquistando dignidad.
Nada somos por separado. El activista se convierte, si va por su cuenta, en un gamberro intrascendente; el militante, en miembro de una secta destructiva; el candidato, en un trepa corrupto; y el que tiene ínfulas de intelectual crítico, en un misántropo hosco, solitario yamargao.
Ada, gracias por contaminarnos con tu honestidad y tu decencia. Gracias por feminizar, por dignificar, la acción política. Tu audacia diferente de mujer deja el regusto de lo auténticamente nuevo. Sabemos que no te has ido. No te lo permitiremos nunca. Los hombres y mujeres de estas tierras ya no sabríamos vivir sin que tu espléndida presencia fuera un referente cada día. Soportaremos verte menos, porque sabemos que sigues ahí. Gracias por ayudarnos a romper el espejo de la madrastra de Blancanieves y darnos las herramientas para convertirlo en el de Alicia. Tu imagen seguirá siendo hermosa en todos los espejos. Simplemente, algunos de ellos no podrán contenerla sin quebrarse. Y eso está bien. Pero que muy bien en estos tiempos.